III
ALGUNAS
CAUSAS
En arte lo difícil es decir algo
que sea
preferible al silencio
Wittgenstein
Antes de seguir adelante quisiera dejar
bien sentado que este manifiesto no persigue
ningún fin regenerativo. No es
esta mi pretensión y además seria verdaderamente inútil. Por otra parte, tal vez sea inevitable el
proceso degenerativo en las artes de la misma manera que a un individuo le
llega la decadencia después de haber cumplido su ciclo vital. Y si me preguntan, como artista, ¿qué hacer
ante este panorama?, diré que no lo sé.
Personalmente me inclino por seguir el ejemplo de Rimbaud:
enmudecer. En cualquier manifestación
artística creo que es preferible callar cuando no se tiene nada importante que
decir.
Las causas que explicarían este fenómeno
son varias. Los teóricos nos hablan de
la necesidad constante de buscar nuevos caminos, nuevas formas, nuevas
experiencias, nuevas sensaciones y hasta nuevos lenguajes que demanda la sociedad
actual. Aparentemente parece bien, como
muchos tópicos, pero ¿por qué todo esto tendría que llevarnos a la decadencia y
degradación que tratamos de entender?
Por otra parte, cuando se contempla la
Historia en esta materia y se sigue su evolución, los teóricos nos dicen que
ésta nos marca unas directrices a seguir y que no debemos repetir lo ya hecho, lo ya superado. Siempre adelante. ¿A dónde? –basándose en el
pasado y apoyados en el presente
determinan cómo debe ser el futuro, trazando una curva o gráfico historicista
de lo que deberá ser la cultura. Por
supuesto, rechazan como retrógrado todo lo que no encaja en este concepto.
Esto podría ser aceptable cuando se trata
de la ciencia ya que unas relativas certezas nos llevan a otras de rango
superior, siempre después de profundos análisis y experimentos. Una teoría, por muy sugestiva que sea, no es
aceptada hasta su absoluta comprobación.
No así en el arte, en donde cualquier absurdidad o despropósito puede
ser considerado un hallazgo.
El cansancio de las formas, el aburrimiento
y el afán de novedad no justifican estas aberraciones, de la misma manera que
un chef de cocina, aún intentando experimentar nuevas sensaciones y gustos en
sus comidas, tendrá que siempre operar sobre la base de que éstas sean
comestibles.
¿Cómo podemos comprobar si un nuevo
producto artístico es ‘comestible’?
Para quienes se erigen en pontífices, para
los teóricos y la crítica, todo vale y todo es cultura, siempre apoyados en su
indiscutida autoridad y el poder que confiere la letra impresa. No les faltarán
seguidores aterrorizados ante la posibilidad de ser tachados de incultos o
pasados de moda, que se dejen embaucar con los argumentos de la modernidad y
del arte de nuestro tiempo
¡He ahí la gran mentira de nuestra época!
A propósito de los teóricos y la crítica,
otros con mucha más autoridad que yo se han ocupado del tema. Se podrían citar a varios grandes autores
pero me limitaré a sólo tres: Karl Popper en el capítulo 14, ‘El progresismo en arte’, de su libro Búsqueda sin Término, Aldous Huxley en Los Escándalos de Crome y Camille
Mauclair en su libro La farsa del Arte
Viviente. Me he sentido conmovido al ver reflejados en sus escritos muchos
de mis pensamientos sobre este tema.
Consideramos que el verdadero arte es
intemporal y una de las actividades que ennoblecen a la humanidad. Si no fuera por las maravillosas obras de
arte del pasado, como una catedral, una escultura, una pintura, una partitura o
una obra literaria, ¿qué quedaría del paso del hombre por la tierra a través
del tiempo? Los hechos más relevantes de
la historia son, más bien, tristes, si exceptuamos los avances científicos y
técnicos. Nos ofrecen una sucesión de
atrocidades.
De ahí la importancia de la cuestión y de
su trascendencia. Y aquí no puedo por
menos de recordar a Ortega y Gasset en su libro La Deshumanización del Arte.
Para las nuevas generaciones el arte es algo trivial e intrascendente y
deja indiferente a la inmensa mayoría, que lo considera cosa de poca
importancia. El joven se desinteresa por
lo que se le ofrece hoy. Si acaso,
vuelve los ojos al pasado y oye música barroca en donde encuentra ritmo. Es curioso que en su música popular los
jóvenes exaltan el ritmo, yendo así en sentido contrario a los actuales
compositores, que han hecho desaparecer melodía y ritmo de sus composiciones. Después se quejan de que la música clásica
contemporánea es minoritaria y que apenas interesa a nadie.
Se ha trivializado y banalizado el arte y
se ha convertido en algo sin consistencia, sujeto a la frivolidad de la moda.
¿Qué va a quedar, como muestra para el futuro, de las actuales creaciones? Nos
deprime contemplar unos museos de arte contemporáneo cuajados de objetos
inanes, absurdos, muestrarios de verdaderas naderías, exaltando el feísmo y lo
horrendo. Pura banalidad.
Por mucho que este estado se quiera
atribuir a los cambios y exigencias de la sociedad actual, la esencia del
hombre, con sus virtudes, sus miserias y sus necesidades, es la misma que en
tiempos de las cavernas. Por ejemplo:
siempre se seguirá oyendo a Mozart y a Bach. En cambio muchas experiencias que parecían
definitivos hallazgos en música, desde el dodecafonismo y el atonalismo hasta
nuestros días, ya nos han dejado de interesar.
Pero los teóricos no dan su brazo a
torcer. A este respecto y hace unos años
tuve ocasión de escuchar en un coloquio radiofónico a un conocido compositor
refiriéndose a sus modernos ‘avances’
afirmando que, ‘de la misma manera que
ellos han acabado con Beethoven, otros les desplazarán a ellos en el futuro’. Lo curioso es que ésto se cumple, pero sólo
en parte: ellos son los desplazados y ¿por quienes?. Lo que vemos es que Beethoven y Bach siguen
más vivos que nunca, mientras toda esa caterva de pseudo-genios y movimientos
están pasando y serán pronto olvidados.
Por supuesto quedará algún nombre como referente histórico, aunque no
creo que su música tenga un futuro prometedor.
Es interesante observar además que, por mucha vanidad que se tenga,
pocos están dispuestos a soportar un concierto de música experimental pero en
cambio sí a adquirir obras de pintura de vanguardia para presumir de modernos y
cultos. Esto tiene una explicación: no
es fácil aguantar el tostón de un concierto de esa música, mientras que no es
gran problema acostumbrarse a esas pinturas –con no mirarlas… ¡y además siempre
queda la esperanza de haber hecho una
buena inversión!
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