II
EL REY
DESNUDO
Infinito es el número de los necios.
Eclesiastés
Quisiera recordar aquí el famoso cuento del rey desnudo.
Este rey convoca a todos los mejores
sastres de su reino para hacerle un traje especial con motivo de su
coronación. De entre todos los sastres
un listillo con mucha labia y una arrolladora personalidad convence al rey y a
sus dignatarios para que se lo encargue.
El traje que él diseñaría, dice, iba a ser tan especial que sería verdaderamente
mágico. Pero con una advertencia
importante: este traje no podrá ser visto por los necios, solamente las
personas inteligentes serán capaces de apreciarlo.
En el día señalado para la prueba, el rey
contempla la mirada imperturbable y sonriente de sus ministros, ninguno de los
cuales quiere parecer necio aunque, por supuesto, nadie ve ningún traje. El rey se pregunta ¿seré yo un necio? –y como tampoco quiere parecerlo premia y
felicita al sastre por la maravilla del traje invisible.
Llega el día de la gran fiesta y el rey
aparece en público, desnudo. Nadie
quiere ser necio y todos le aplauden hasta que destaca la voz de un niño que
grita ¡pero si el rey va desnudo!
El rey pierde la compostura e intenta
taparse. A partir de aquí todos se dan
cuenta de la superchería.
Es curioso observar con qué facilidad el
ser humano se deja convencer. Ser
crédulo parece lo natural. A cualquiera
se le ocurre la más descabellada idea a propósito de religión, de política, del
pensamiento o del arte y no le faltarán seguidores de inmediato.
Hasta algunos artistas se lo acaban
creyendo: cuando alguno de estos pseudo-genios es entrevistado intenta
explicarnos con absoluto convencimiento la profundidad de su obra usando la
misma fraseología hueca y críptica que sus críticos le han dedicado anteriormente
en sus crónicas periodísticas.
Vanidad y codicia: dos pasiones que mueven
el mundo. Si bien la vanidad, como toda
pasión bien encauzada, puede ser un resorte que nos ayuda a conseguir cosas
grandes, también puede llevarnos a dar por buenas las mayores aberraciones
siguiendo el ejemplo del rey desnudo. Si
a ésto le añadimos la ignorancia, la falta de información y la fácil
credibilidad en general, tendremos la explicación de muchos fenómenos.
Hablar sobre el arte y su degradación es
difícil. No es mi intención dar lecciones de Estética sino denunciar lo que es
estrafalario, lo que es destructivo y que no lleva a ninguna parte. Debido a su subjetividad, el arte siempre
será asunto polémico, pero quisiera hacer notar que es tal el ofuscamiento que
provoca la vanidad que nos impide admitir lo evidente. Detrás de todo está el dinero y el esnobismo.
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Van Gogh (1889) y Pollock (1950)
No obstante, creo que estamos siendo testigos
de una decadencia y de una manifiesta degradación en las artes plásticas. No vale decir que también la ciencia ha
pasado por profundas crisis. Ni tampoco
que haya necesidad de un constante cambio para evitar ese embotamiento que
supondría la contemplación de una obra o unas fórmulas durante largo
tiempo. Ya sabemos que, por bella y
conmovedora que sea una melodía, después de oírla muchas veces acabará
fastidiándonos. Tampoco vale hablar de
experimentación haciendo un paralelismo con la ciencia o la técnica. En la ciencia sólo se admite una teoría
después de haber sido demostrada y verificada, y la mayoría de las teorías
sucumben dentro de este proceso de autocrítica.
II. El rey
desnudo <<<
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IV. Los creadores
V. La critica
VI. El mecenazgo
VII. La Iglesia
VIII. El Estado